Los celos constituyen una experiencia emocional compleja y displacentera, caracterizada por sentimientos y pensamientos paradójicos, oscilaciones entre el amor y el odio, la convicción y la sospecha, la humillación y la ira, la necesidad de rogar y la necesidad de agredir, la indefensión y la furia. Es un sentimiento que genera desconcierto y exasperación en el que cela y en el celado.

Pueden describirse como la percepción persistente de una amenaza: la de ser desplazado o sustituido. Él o ella dejará de quererme para querer a otro u otra. Es miedo a la pérdida: del afecto del compañero o compañera, de la autoestima, de nuestra seguridad y del orden que hemos construido.
Es motor de conductas invasivas y absurdas: vigilar horarios, espiar bolsillos, revisar mails, inventar motivos pueriles para realizar llamadas de control. Todo puede ser indicio (¡hasta la falta indicios!) de la realidad sospechada.
Los celos pueden abrumar y agotar al punto que a veces la confirmación de una traición o infidelidad resulte liberadora.
Experiencias previas de indefensión y abandono pueden predisponer a celar.
En general, en el marco de de las “culturas occidentales” se asume que las mujeres temen más la infidelidad emocional o desvío del amor, y los hombres la infidelidad sexual (la pérdida de la exclusividad genital), pero los estudios sobre el tema no arrojan resultados concluyentes.
Se suele aceptar que hay celos normales, y quizá positivos: son ocasionales, manejables y a veces hasta permiten jugar una lúdica afrodisiaca. Obran a la manera de señales que animan correcciones en la pareja. Desde ese peldaño hacia arriba los celos se tornan en mayor o menor medida corrosivos y tóxicos.
La relación de pareja debiese ser una relación simétrica, de moderada y mutua interdependencia: los celos propician se instale la lógica del amo y el dependiente por un lado, de la víctima y el deudor por otro.
¿Qué hacer con los celos? Los celos no se pueden deshacer con una píldora o con una sentencia sabia.
Conviene asumir es un problema de la pareja, y no de uno, para desmontar todo posible patrón interaccional que instale un círculo vicioso o una escalada de frustración que hasta puede propiciar reacciones violentas: la conducta inquisidora, malhumorada, agresiva del celoso alienta el retraimiento o la actitud desafiante del celado, lo que a su vez realimenta y aviva los celos.
Es necesario des-escenificar los episodios de celos: las rabietas, las explicaciones desmedidas, la vigilancia obsesiva. Explicitarlos y explicitar sus efectos, es decir intentar comprenderlos y ubicarlos en la relación de pareja. Esta tarea de contención intenta evitar que los celos invadan toda las áreas de la relación.
El rescate de la relación requiere de la voluntad de los dos, pero rechazar el voluntarismo. La realidad es que en el amor (como en casi todo en la vida) no hay garantías.
Si bien los celos no se esfuman por arte de magia pueden manejarse y controlarse. Es preciso replantear o corregir el contrato implícito que subyace en toda relación de pareja, reverlo a la luz de las inseguridades y temores que los celos impulsan a la superficie. Se debe intentar esclarecer el estado anímico de cada uno, y recuperar o aprender el respeto por el otro, tanto por su autonomía como por sus necesidades y temores. Nadie puede arrogarse el derecho de prescribir como deben sentirse los demás.
Las relaciones de pareja no suelen ser fáciles ni los celos constituir el único escollo. Abordar otros problemas de la relación, menos urgentes y acuciantes, al mismo tiempo que se afronta la cuestión de los celos, puede ayudar a desdramatizar los celos, favorecer su control y disminuir su incidencia.
M. T. Marengo
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