El medio y el mensaje
«Los efectos de la tecnología no se dan en el nivel de las
opiniones o los conceptos», escribió McLuhan. Más bien alteran «los patrones de
percepción continuamente y sin resistencia»
McLuhan comprendió que siempre que aparece un
nuevo medio, la gente queda naturalmente atrapada en la información —el
«contenido»—… las noticias del periódico, la música de
la radio, los programas de la televisión…. La
tecnología del medio, por muy deslumbrante que pueda ser,
desaparece detrás de todo aquello que fluya por él —datos,
entretenimiento, educación, conversación—.
Los términos de la discusión han
sido prácticamente iguales para cada medio informativo nuevo, retrotrayéndose
al menos hasta los libros salidos de la imprenta de Gutenberg. Los entusiastas,
con motivo, alaban el torrente de contenido nuevo que libera la tecnología, y
lo ven como una señal de «democratización» de la cultura. Los escépticos,
con motivos igualmente válidos, condenan la pobreza del contenido, observándolo
como una señal de «decadencia» de la cultura.
Internet ha sido el último medio
en suscitar este debate. El choque entre entusiastas web y
escépticos web… se ha polarizado como nunca, con los primeros que
anuncian una nueva era dorada de acceso y participación y los segundos que
presagian una nueva era oscura de mediocridad y narcisismo.
Lo que no ven ni los entusiastas
ni los escépticos es lo que McLuhan sí vio: que, a largo plazo, el contenido de
un medio importa menos que el medio en sí mismo a la hora de influir en
nuestros actos y pensamientos.
Nuestro foco en el contenido de
un medio puede impedirnos ver estos efectos profundos. Estamos demasiado
ocupados, distraídos o abrumados por la programación como para advertir lo que
sucede dentro de nuestras cabezas. Al final, acabamos fingiendo que la
tecnología en sí misma no tiene mayor importancia. Nos decimos que lo que
importa es cómo la utilizamos.
Cada nuevo medio, entendía
McLuhan, nos cambia. «Nuestra respuesta convencional a todos los medios,
en especial la idea de que lo que cuenta es cómo se los usa, es la postura
adormecida del idiota tecnológico», escribió. El contenido de un medio es sólo
«el trozo jugoso de carne que lleva el ladrón para distraer al perro guardián
de la mente». La pantalla del ordenador aniquila nuestras dudas con sus
recompensas y comodidades. Nos sirve de tal modo que
resultaría desagradable advertir que también es nuestra ama.
Las ventajas de tener acceso
inmediato a una fuente de información tan increíblemente rica y fácilmente
escrutable son muchas, y han sido ampliamente descritas y justamente
aplaudidas. Los beneficios son reales. Pero tienen un
precio. Como sugería McLuhan, los medios no son sólo canales de
información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el
proceso de pensamiento.
Y lo que parece estar haciendo la
Web es debilitar mi capacidad de concentración y contemplación.
Esté online o no, mi mente espera ahora absorber información de la manera en la
que la distribuye la Web: en un flujo veloz de partículas. En el pasado fui un
buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo
sobre una moto acuática.
Pareciera que hemos llegado, como
anticipó McLuhan, a un momento crucial en nuestra historia intelectual y
cultural, una fase de transición entre dos formas muy
diferentes de pensamiento. Lo que estamos entregando a cambio
de las riquezas de Internet —y sólo un bruto se negaría a ver
esa riqueza— es lo que Karp llama «nuestro viejo
proceso lineal de pensamiento». Calmada, concentrada, sin distracciones,
la mente lineal está siendo desplazada por una nueva clase de mente que quiere
y necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos,
descoordinados, frecuentemente solapados —cuanto más
rápido, mejor—.
Fuente: What the Internet is Doing to Our Brains,
2010, Nicholas Carr.
Selección: M.T.M.

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